Muchas veces pensé que iba a estar hasta el final de mis
días junto al papá de mi hija…mucha tele parece.
El final de nuestros días
llegó antes del final de mis días. Y aunque pasamos épocas de ajustes
terribles: yo te odie, tú me odiaste, nosotros nos odiamos… como podía seguir
conjugando, tuve que decir: Para la weá oh!. Después de una conversa
bien llorada (sólo por mí), una chela bien sentida (las suyas fueron más) y el
vomitar de emociones nos pusimos al día. No por mí, no por ti, por lo que
tenemos en común.
Y es que al final nosotros solo somos una circunstancia, te
corto el teléfono y sigo mi vida…pero en la vida de nuestros hijos somos una
verdadera mochila. Las relaciones disfuncionales con nuestros padres, son un
peso que no vemos hasta cuando estamos demasiado viejos y con una hernia en la columna de nuestras
relaciones humanas (Ok, ok, estoy exagerando, pero pesan)
Dejémonos de pavadas, ahora! Me di cuenta que te puedo
contar de todo, y me escuchas. También me di cuenta que me apañas en mis
proyectos. Además funcionas de contención
y de protección. En este punto por favor contrólate, no es necesario
pegarle a quien se atreva mirarme feo o hacerme algo, aun no deseo gozar del estatus de intocable! Pero se agradece la intención.
Decreto que todo continúe así, por el resto de nuestras
vidas.
